La inteligencia artificial nos sacará el trabajo. Si y no. Depende de qué hablemos pues este tipo de sistemas existe desde hace tiempo.
En 1936, de hecho, Alan Turing introduce el concepto de algoritmo y sienta las bases de la informática.
En 1941, Isaac Asimov publica, a modo de ficción, las leyes de la robótica. Se pueden leer en su cuento “circulo vicioso”.
En 1956, nace el término inteligencia artificial de la mano del informático John McCarthy.
1957 nace la primera red neuronal artificial. La crea Frank Rosenblat.
En 1966 se crea el primer chabot. Es Eliza, fue desarrollada por el MIT e incorpora el procesamiento del lenguaje natural humano para enseñar a las computadoras a comunicarse con nosotros en nuestro lenguaje.
En 1996 la supercomputadora de IBM Deep Blue vence al campeón del mundo de ajedrez Gary Kasparov.
En 2005, Raymond Kurzweil, usando la Ley de Moore, predijo que las máquinas alcanzarán un nivel de inteligencia humano en 2029. En 2045 habrán superado la inteligencia de nuestra civilización en mil millones de veces.
En 2014 un bot llamado Eugene Goostman engañó a 30 de los 150 jueces a los que se sometió durante el test de Turing. Les hizo creer que estaban hablando con un niño ucraniano de 13 años.
¿Entonces? Esto ya empezó hacer rato. Usamos la inteligencia artificial todo el tiempo: en Google Maps, en Alexa, Siri, el asistente de Google, en Boti y todos los sistemas automatizados. Si, son bastante bobos a veces pero Chat GPT nos hizo creer cosas que no son: siguen siendo toscos pero como no lo parecen, son peligrosos. Eso sí, tienen la potencialidad de poner en riesgo millones de trabajo.
Hablé con Fernando Schapachnik, director ejecutivo de la Fundación Sadosky. Le pregunté puntualmente por la carta de los tecnócratas y por las proyecciones laborales. Porque, digamos todo, algo encabezado por Elon Musk no hace sospechar.
Fernando dice: “junto otros investigadores e investigadoras de la región rechazamos ese emplazamiento a la democracia. Ellos dicen que hacen falta 6 meses para que se generen los marcos normativos e institucionales. Si hacen falta tales marcos (algo en lo que acordamos), ¿qué es eso de andar poniendo plazos a las instituciones elegidas por los pueblos? A su vez, no deja de llamar la atención que la propuesta es para la investigación sobre herramientas más poderosas que las actuales. El problema en todo caso no es la investigación, es el despliegue de tales herramientas de manera abierta, pero si lo que genera alarma son las versiones actuales, cuestionemos a esas, no nos limitemos artificialmente a las futuras”.
Otro punto que destaca Fernando, en el que coincidimos muchos, es que es lícito plantearse que si se tratase sólo de solicitar una pausa para ponerse al día podrían haberla basado en afirmaciones menos contundentes: “Cuando empresarios tech que en múltiples oportunidades no han mostrado preocupación por aprovechar ventajas coyunturales para mejorar su posición de mercado hacen una petición pública, tan notoria y con unas aserciones tan fuertes, cabe preguntarse si no ven una amenaza a la propia dinámica del mercado que termina sustentando sus ingresos”.
Y si dejamos de lado las sospechas y nos preguntamos por el futuro del trabajo, algo que nos preocupa a todos, el tema es otro. “Estas tecnologías tiene potencialidad de reemplazar mucho empleo, incluso en los países más industrializados, con lo que puede que estén expresando la preocupación porque “se vacíen los bolsillos de sus clientes”, digamos.
Semanas atrás, Schapachnik junto otros colegas latinoamericanos presentaron la Declaración de Montevideo. En resumidas cuentas, se preguntan cuál es el valor social que aporta y qué riesgos conlleva, con una mirada informada de la idiosincrasia latinoamericana.
¿Está en riesgo el trabajo? Dice Schapachnik: “No soy un futurólogo, no sé qué va a pasar, pero no puedo dejar de advertir el riesgo. Eso se basa en varias cosas. Primero, más allá de que cometa errores en puzzles lógicos o tenga sesgos, cuando le pedís que realice tareas “productivas” (como una venta, un guión simple, un contrato simple, un informe simple, etc.), las realiza con una calidad indistinguible de la de un empleado medio. Y cada tanto comete un error… como cualquier ser humano. No tenemos que engañarnos. Está la idea de que si no responde a todas las preguntas como una mezcla entre Borges y Marie Curie, entonces no alcanzó el nivel de inteligencia de un humano y no hay de qué preocuparse. Bueno, la mayor parte de la sociedad, en particular en Latam, tampoco va a responder a esas peticiones como Borges o Marie Curie. No me voy a meter en si es “inteligente” en el sentido estricto del término o no, pero que puede compararse con la fuerza laboral, no hay duda”
“Si miras la literatura relacionada a la Industria 4.0, hacían hincapie entre tareas repetitivas y creativas, como antónimo de mera repetición. La automatización efetictivamente reduce el empleo en las tareas repetitivas y lo incrementa en las creativas, por ejemplo, las tareas administrativas o de marketing, esas que vemos que estas herramientas pueden hacer. Pero si miramos un poco más allá, por ejemplo analizando el informe del World Economic Forum que para el 2025 se van a destruir 85 millones de puestos de trabajo pero se van a crear 97 millones. Los que se van a destruir son los mencionados y los que se van a crear no suelen ser los de Latinoamérica, sino que son tipos de empleos que surgen en el norte que requieren un nivel educativo que no es el que tiene la media de los países de Latinoamérica”.
La conclusión, aquí también pero por otras razones, es que hay que plantear la regulación. “Y acá abro el paraguas: como demuestra el caso de la industria farmacéutica, regulación e innovación no se contradicen”, concluye Schapachnik.
Esto es solo el comienzo de algo que, como vimos, empezó hace tiempo. Está bueno entender y no repetir titulares, estar atentos, aprovechar lo que nos sirve y tener cuidado con el humo y las fake news, entre otras cosas. Lógicamente, esta historia, continuará.